Tribuna

La imagen de los políticos


Sergio González Rubiera | 27 de mayo de 2014 Deja un comentario


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«No se puede gobernar a base de impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No se pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala», Benito Juárez.

Encuentro en estas palabras del Benemérito de las Américas, algunas de las causas por las que está tan demeritada (para seguir con la raíz latina meritus) la imagen de los políticos.

Descubro en el actuar de muchos de ellos cierto recelo, ante la diferencia existente entre las remuneraciones y beneficios económicos del sector privado y los emolumentos a que como funcionarios públicos tienen derecho.

Diversas son las definiciones y conceptos acerca de lo que es política; algunos autores coinciden en su relación con el uso del poder y los más de ellos en considerarla la ciencia y arte gobernar, pero lo que tengo claro sin dudar es que en teoría quien opta por el camino de la política opta por servir, por servir a un pueblo que en teoría le eligió y confía en él sus destinos.

Pero más allá de la retórica y las definiciones, lo que observo es que políticos y funcionarios se alejan de la misión de servir y también de la de gobernar con rectitud por afanes de poder y ambiciones económicas. A muchos, la mayoría, les parece poca e incluso injusta su recompensa monetaria a cambio de su trabajo y es por ello que se entregan a las fauces de la corrupción y el tráfico de influencias en medio de una total opacidad favorecida por el mismo sistema que ellos han creado.

En pocas palabras y para decirlo claro, a muchos funcionarios públicos les causa envidia lo que un empresario puede ganar y en consecuencia  le dificultan la actividad o simplemente actúan bajo la premisa personal de «yo me lo merezco también».

Si aludiendo a Juárez, los políticos y funcionarios se consagraran asiduamente al trabajo y existiera en ellos la vocación de servir, podrían entonces vivir en la honrada medianía que les proporciona su retribución.

La premisa anterior nos lleva irremediablemente entonces al perfil de quienes nos gobiernan y de quienes se encuentran en el servicio público, en donde la corrupción, la demagogia, el sectarismo y  la incompetencia son común denominador.

Veo y observo en la actualidad, seguramente al igual que mis ocho lectores, a diversos tipos de políticos; aquellos que nacieron para esto, que nunca han hecho otra cosa que dedicarse a la política y que para ellos está bien claro que existen solo dos clases de seres humanos, los gobernantes y los gobernados; los que mandan y los que obedecen, no hay medias tintas y ellos se consideran parte de un grupo especial de élite que en muchos de los casos no están dispuestos a cambiar el statu quo, ni a conceder, ni mucho menos a vivir con la «honrada medianía» de su retribución.

Estos políticos son fuertes y poderosos, y el poder económico de algunos eventualmente está a la par  de los más grandes capitales privados, aunque no puedan reconocerlo públicamente.

Los hay también sin duda con menos poder y menos recurso material, pero están cotidianamente en la búsqueda.

Existen los empresarios-políticos, aquellos que ya sea por invitación o por méritos propios han llegado a ocupar cargos importantes y de los que se puede esperar en teoría una mayor transparencia y honestidad, aunque éstas no son condiciones siempre presentes ni garantizadas. En muchos casos, estos últimos fracasan al no tener experiencia en la administración pública; algunos demuestran incompetencia y otros son tropezados deliberadamente por el mismo sistema.

Y tenemos también al político-funcionario de medio pelo. Esos que ni hacen, ni dejan hacer, esos que han hecho que la palabra burócrata, sea casi un calificativo despectivo. Esos que viven de dádivas, que se prestan al influyentismo, que trafican con sus relaciones, y entre los que existen los que ambicionan llegar a esferas más altas a costa de lo que sea a partir de sus relaciones con el partido y los encumbrados.

Es claro que debe existir un gran número de burócratas en el buen y correcto sentido de la palabra, que son honestos, trabajadores y entregados, y tristemente tienen que cargar cotidianamente con el peso de la terrible imagen que les han endilgado los abusivos vividores de la política y el erario.

Vivir del erario podría ser cómodo y hasta satisfactorio si quienes ocupan una silla pública estuvieran convencidos de que están ahí para servir y si no les hubieran hecho creer que todos los que estamos fuera somos el enemigo.

Ocupar un alto cargo en la administración pública y poder servir al pueblo debería ser el más alto honor que se le puede conferir a un ciudadano y la gran oportunidad que tiene de emprender acciones y hasta proezas que signifiquen una mejor calidad de vida para sus compatriotas.

Lamentablemente esa es solo parte del mundo utópico.


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